Tengo yo dos amiguillos, Luis Alberto Alcalá Martos y Cristobillas
Triguero, con los que hablar se convierte en lo que siempre debiera ser lo de
hablar: un descanso. Y es que con ellos no hay que estar “a la que salta”,
pendiente de lo que se dice por si lo que se dice va cargado de segundas
intenciones y es preciso responder con un arcabuzazo de ingenio afilado como
una faca matancera.
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Luis Alberto y
Cristobillas, cada uno a su manera y por su sitio, tienen un cromosoma de más, -trisómicos los llaman- que
los hace ir sobrados de cariño y enrestados en mala fe.
Yo tengo ya tantos
años de más que a los que tienen sus cromosomas en condiciones, de dos en dos,
se les acaba la paciencia para hablar conmigo porque me repito demasiado. Y es que hace tiempo ya que a mí
se me acabaron las ganas de meterme en el ingenio de la insidia. Y, sin embargo,
venero este poder hablar con mis singulares “alguienes” sin tener que vestirme
de “guerrera del antifaz” dispuesta a librar un duelo de plaza pública o de
mitin politiqueril.
Por mejor expresarme, lo que tengo de verdad son dos colegas, porque los
tres, a nuestra manera, ponemos sobre el papel todo lo que vemos, de forma que
somos verdaderos escritores o dibujantes, cronistas de nuestro mundo, decidores
gráficos de lo nuestro. Y digo bien lo de “gráfico” porque es a través de la
grafía (escrita o dibujada) como mis colegas y yo interpretamos lo que vemos
con los ojos o con los pensamientos.
Para dejarlo claro, empezaré por referirme a Luis Alberto, y diré que no
para de escribir en libretas de dos rayas, y lo hace espurreando letras como lo
hacían los cronistas reales antes de que un tal Antonio de Nebrija, muy sabio
él, se pusiere a la tarea de escribir la primera gramática allá por 1492, o
hasta que, hacia el Siglo XVIII (1726-1739), el Diccionario de Autoridades
viniera a decir cómo se debían interpretar las palabras. No tiene, pues, mi
colega faltas de ortografía como a algunos pudiera parecerles, sino un talento
especial para escribir en castellano antiguo diciendo lo que quiere decir sin
necesidad de pararse a pensar si amor se escribe con “h”. Y es que, para saber
amar como Luis Alberto sabe amar, no se necesita gramática, sino un cromosoma
triplicado en uno de los pares que lo convierte en un ser singular, único,
irrepetible.
Lo de Cristobillas es diferente. Él dibuja, pero no lo hace en el limitado espacio de una libreta, sino que se salta todos los linderos y cualquier papel es bueno para dejar un inquietante aviso de “por aquí pasó Cristobillas”.
¿De mí misma, qué decir? Que llevo ya demasiados años batallando con
gramatiquerías y reglas ortográficas sin acabar de entender nunca por qué
“hombre” y “huida” se escriben ambos con “h” y amor sin ella, cuando al amor
quisiera yo ponerle todas las letras del alfabeto por los siglos de los siglos.
Desde hace tiempo, mis colegas y yo venimos pensando que no debiéramos
guardarnos para nosotros tres estos secretos nuestros a voces, y después de
jugárnoslo al palillo más largo –juego sin complicaciones como nosotros mismos-
hemos decidido hacernos un blog en el que hablarle al personal de nuestras
cosas y a nuestra manera.
A lo mejor, con ser tan listísimos los demás, y nosotros tan amorosos,
acabamos juntando lindes y enseñándonos a entendernos.
Aquí empieza, pues, este “A VER SI HABLAMOS, COLEGAS” donde hay tanto talento como cada quien sea capaz de
encontrar.